martes, 17 de enero de 2012

Una vida

Daniel, un chico de unos 20 años decide marcharse de su pueblo. ¿Por qué? Os preguntareis. Pues bien, esta respuesta tiene fácil solución desde su punto de vista. Él piensa que no es feliz. Tenía muchos amigos, tenía familia, una novia con la que pasado un tiempo tendrían un pequeño bebe, tenía tiempo libre, vivía en una humilde casa cerca del mar donde tras la celosía de su habitación se vislumbraba cada mañana el amanecer y muchas otras cosas que a muchas personas les parecería increíble, pues bien, aun así pensaba que no era feliz.

Un día leyendo el periódico se encuentra ante la mejor oportunidad que le había dado la vida o al menos eso creía. Un empleo para empezar de cero como empresario en una lujosa empresa trasladada recientemente a una cuidad. Todo aquello superaba con creces lo que había imaginado pero había algo que ataba a nuestro protagonista a quedarse y no conseguía saber que era a pesar de que lo tenía delante de sus ojos cada día.


Decide mandar su curriculum y tras unas semanas esperando la respuesta llega a su casa una carta de la empresa. Tenía el sobre en la mano y en esos momentos no sabía que hacer. Por una parte podría abrirlo y esperar que le cogieran, por otra parte había una ligera oportunidad de perder todo aquello que tenía y eso le asustaba. Con la carta todabía en la mano sin abrir recapacita y piensa que lo mejor es ir a dar un paseo con el coche y buscar allí la respuesta.


Una vez sentado en el coche lo arranca y puede observar el humo que desprende nada más hacerlo y que en la ciudad sería lo primero que vería constantemente, el humo de fábricas, de coches, de cigarrillos tirados en medio de la acera... Después, se detiene ante un semáforo y ve a unos niños a lo lejos jugar al fútbol en medio de un descampado, a una madre con el carrito de su hijo valanceándolo de un lado a otro para que no llorara. Mientras tanto el semáforo ya estaba en verde y una anciana le dijo algo por la ventanilla, aunque como bien saben, él estaba en otro mundo y no se enteró prácticamente de nada, pero creo que fue algo así como "Perdone, pero el semáforo ya se encuentra en verde, puede usted pasar", ya le digo que no lo escuchó bien.


La noche caía y sobre él, y seguía sin abrir el sobre mientras paseaba por el pueblo. Se acercó al cementerio para visitar a su madre, que había muerto cuando él tan solo tenía 16 años. Cada noche lo hacía así, le llevaba una rosa y si tenía algún problema se lo contaba. Le parecerá de locos pero, se sentía protegido y recordaba todas las noches en que su madre le decía "Mira hijo, ya vas siendo mayor y quiero que tengas algo siempre muy en cuenta en tu vida. La felicidad no se busca. La felicidad se encuentra en los pequeños detalles. Esa es la verdadera felicidad."


De repente se dió cuenta de que él era feliz. Todo ese tiempo que había empleado en buscar la respuesta solo había sido para darse cuenta de lo que de verdad importa y allí mismo rompió el sobre. Algo se accionó en él y pensó de otro modo las cosas. De camino a su casa, se cruzó con un conductor  ebrio que casi triplicaba la tasa máxima de alcoholemia permitida, y se vió implicado en un grave accidente de tráfico que le costó la vida a los dos.


No te engañes. La verdadera felicidad se encuentra en los amigos, en la búsqueda del placer, la cual debería ser dirigida por la prudencia. Epicuro se manifestó en contra del destino, de la necesidad y del recurrente sentido griego de fatalidad. La naturaleza, según él, está regida por el azar, entendido como ausencia de causalidad. Sólo así es posible la libertad. El fin de la vida humana es procurar el placer y evadir el dolor, pero siempre de una manera racional, evitando los excesos, pues estos conllevan posterior sufrimiento. Los placeres del espíritu son superiores a los del cuerpo, y ambos deben satisfacerse con inteligencia, procurando llegar a un estado de bienestar corporal y espiritual al que llamaba ataraxia. Criticaba tanto el desenfreno como la renuncia a los placeres de la carne, arguyendo que debería buscarse un término medio, y que los goces carnales deberían satisfacerse siempre y cuando no conllevaran un dolor en el futuro. La filosofía epicureísta afirma que la filosofía debe ser un instrumento al servicio de la vida de los hombres, y que el conocimiento por sí mismo no tiene ninguna utilidad si no se emplea en la búsqueda de la felicidad.

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